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El Nacimiento y Ministerio del Bautista II

(Lucas 1:15-17; 67, 76, 77, 80; 3:2. Marcos 1:4; Mateo 3:1, 2; Lucas 3:3; Malaquías 3:1, [LXX] 4:4, 5; Isaías 11:3 [LXX])



Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel


El niño Juan cumplió la promesa de su nacimiento. Los hombres se maravillaron no sólo de la historia de su nacimiento, pero también de su crecimiento. “Y la mano del Señor estaba con él” (Lucas 1:66). El texto nos recuerda escenas de Elías, Eliseo y Ezequiel. El lenguaje está cercano al punto de vista del Antiguo Testamento sobre el Espíritu. Es el mismo sentimiento cuando Lucas escribe: “Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1:80). Bajo la luz del favor divino, bajo el soplo animador del Espíritu Divino, el desarrollo de este niño madura para su ministerio.


De seguro Juan no era ignorante de que estaba consagrado, pues era nazareo. La regla de su vida fuera el aislamiento. ¡Oh, si atendiéramos a las cosas del Espíritu cuando estamos recogidos, cuando “cerrada nuestra puerta” hablamos con el Padre que nos ve en secreto! Juan es un excelente ejemplo de lo que la disciplina espiritual más radical, el retiro, puede hacer a nuestro espíritu. Aprovechemos nuestro confinamiento para salir de nuestros hogares más consagrados a las cosas de Dios.


De pronto vino el llamamiento como de antiguo. Me encanta cómo Lucas coloca la venida de la palabra de Dios: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3:1-2). Más preciso no puede ser. Tomemos un tiempo para agradecer a Dios que su Espíritu se mueve entre nosotros llamando y apartando a los que han de servirle.


Me maravilla la disciplina de Juan, no sólo en su dieta y su vestido, pero en su ministerio. Predica y bautiza, pero él sabe que no puede bautizar sino con agua. Detrás de él viene otro más poderoso, ese bautizará con el Espíritu. La misma Voz que envió a Juan a bautizar con agua le dirigió a aquella Persona que poseía el manantial del Espíritu. Sólo Jesús es la fuente de este otro bautismo. El Espíritu con el que estaba lleno no era todavía el nuevo Espíritu de Cristo y de la iglesia cristiana, sino lo que conocieron todos los santos, los nazareos en su consagración, el poder de Elías. Juan se levantó por encima de todos sus ancestros y sin embargo, no se le permitió entrar al Reino de los cielos, o probar las cosas buenas que estaban preparadas para los miembros de Cristo. Fue un Moisés mirando la Tierra Prometida. Aunque lleno del Espíritu no fue introducido a los misterios de la vida bajo el Bautista Jesús.


En Juan el Bautista el Espíritu profético expresó su último testimonio a Aquel que había de venir, completando el testimonio del Antiguo Testamento en el momento cuando Cristo estuvo listo para entrar a su obra.

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