(Lucas 1:15-17; 67, 76, 77, 80; 3:2. Marcos 1:4; Mateo 3:1, 2; Lucas 3:3; Malaquías 3:1, [LXX] 4:4, 5; Isaías 11:3 [LXX])
Ora: 1 Samuel 2:1-2 Canta: Te exalto
Todo el movimiento de salvación inicia en un hogar sacerdotal en las colinas de Judea, donde la piedad sencilla del Antiguo Testamento se refleja en las vidas de Zacarías y su esposa Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios. Son verdaderos israelitas. A él se le aparece en el Templo mientras ministraba al Señor. El hijo que ha de nacer, dice el ángel, “será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:15-17).
En estas palabras la nota clave de la vida del Bautista suena. Estará repleto con la presencia y obra del Espíritu Divino; será bajo el poder del Espíritu que cumplirá su misión de traer a Israel de regreso a Dios. Para lograrlo, Juan ha de seguir lo mejor de la piedad del Antiguo Testamento. Juan será un nazareo, un nuevo Sansón, listo para una vida de abstinencia que le dará la fuerza de una vida consagrada. No beberá vino, pero desde su infancia será lleno del poder espiritual que sobrepasa cualquier embriagarse con vino, en el cual hay disolución (Efesios 5:18). Con el valor de Elías y la fuerza predicará el arrepentimiento en los días de Herodes y Herodías, como Elías predicó en el Reino del Norte en el reino de Acab y Jezabel.
Llama la atención la participación del Espíritu Santo desde el inicio de la historia de la salvación. Es imposible que nosotros estemos listos para recibir al Espíritu Santo cuando no hay en nosotros esta santa expectación. Zacarías y Elisabet pertenecen a una comunidad que espera la redención. Pronto aparecerán otros más; pero vale la pena señalar que personas de la tercera edad, como más tarde nos dirá Lucas en el libro de los Hechos (2:17): “Y vuestros ancianos soñarán sueños”.
Necesitamos a todos y cada uno de nuestros hermanos de la tercera edad. Son valiosísimos delante de Dios y absolutamente necesarios para la comunidad. Oremos que Dios los llene a todos y a cada uno de ellos del Espíritu de Dios.
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